domingo, 13 de marzo de 2011

Ando por andar

   —Ando por andar, ¿sabe lo que le digo? ¡Ando por andar! Y no es que me enorgullezca  de ello, pero es así, ¿sabe de lo que le hablo? Sí, claro que sí, sabe lo que le digo. Ando, un paso tras otro, continuamente, y sólo descanso cuando me detengo entre cada paso, entre ese paso que se detiene antes de dar el otro. ¡Ese es el momento! ¡Ese es mi mejor momento! ¿Conoce el espacio del que le hablo? Seguro que lo conoce, todo el mundo lo conoce. Ese estadio  emocional en el que todo lo detienes, todo se detiene, todo te detiene en un lugar que no habías visto antes, aunque tengas la sensación de haberlo visto. ¡No lo has visto antes!, ¿sabe?, esto que le quede bien claro. No tiene nada que ver con ninguno de los anteriores momentos en los que se ha parado, y no los reconoce cuando mira por encima del hombro, de reojo, y eso le asusta, como a mí (ya lo sé), como a todo el mundo, pero es lo más natural así que no se preocupe.
   >>Para retomar el tema, como le iba diciendo, ¿recuerda aquel pájaro del que le hablé? Sí, aquel pájaro de oscuras tonalidades y trino vespertino, ¡hombre! Bueno, pues aquel pájaro me lo vuelvo a encontrar cuando paro entre un paso y otro, de esto que le estoy hablando, ¡caray! Pues sí, me lo vuelvo a encontrar cada vez, y pareciera que quiere decirme algo, algo que, quizá, ya no puedo entender, se lo puede creer, ¡ya no lo puedo entender! ¿Sabe de lo que le hablo? Quizá me avise de algo que se me escapa de entre las manos, que no llego a alcanzar con la mirada por mucho que mire de reojo,  de frente, o de cualquier otra manera que se pueda mirar, da lo mismo, no lo alcanzo, se me escapa una y otra vez, entre las manos. Cuando creo que al fin lo he agarrado, entonces, nada, no hay nada, no era nada, tan sólo el trino de este confuso pájaro que no para de indicarme no sé qué que debería reconocer; que debería... alcanzar... ¿A comprender? No, no es eso. O sí, es que, no sé. ¿Usted qué piensa?
   —Em... bueno, pues…   
   —El caso es que ahí está, con su trino, que se clava en mi cabeza, que enfoca mi mirada hacia alguna parte a la que debería dirigirme, donde debería fijar mi atención, donde ahí encontraría el... ya sabe de lo que le hablo. Tan sólo puedo, entonces, detener el tiempo, que él me detenga, para que no se me escape este momento, lo único que me queda antes de volver a andar por andar; respirar esa fragancia tan cercana y familiar; sentir el tacto de mi piel en ese lugar que, por un momento, me ha parecido reconocer, justo cuando una ráfaga de viento se detiene en mi cara haciéndome entender lo que está pasando. Aunque, tan sólo por un momento, consigo entenderlo, antes de continuar su soplar por soplar, hacia ninguna parte, que es ese lugar al que, bien sabe, tiene que llegar antes de que sea demasiado tarde para no llegar a tiempo, justo cuando ha llegado en el momento. Es así de sutil. Eso es, de no llegar a tiempo y que se haya pasado ese momento en el que te puedas detener, de nuevo, a mirar de reojo, por encima del hombro, y escuchar, una vez más, el melodioso trino del pájaro que te estaba esperando, y que ya casi se había ido. Para poder indicarte hacia dónde tienes que mirar antes de que se te escape de nuevo de las manos. Entonces, ¡ya lo tengo! Lo agarro entre mis manos, pero justo después de que se me hubiera escapado, demasiado tarde de nuevo. Y, de pronto, me doy cuenta: ¡llego tarde! Y, sin más remedio, me pongo a andar, por andar, ya sabe: un paso tras otro. Como usted, ya sabe de lo que le hablo, y alcanzar al fin el...aquello que usted también busca continuamente, que es como andar por andar. Porque yo ando por andar, ya se lo he dicho, igual que usted: un paso y luego otro, al que le sigue otro, antes de dar el otro que es el siguiente paso que debes dar, preludio del nuevo paso que darás, ¿sabe? Vaya, en definitiva, lo que le quería decir es que ando por andar, como usted.
   —Disculpe, joven, pero llega mi autobús. Espero que el próximo día tenga algo más claro, que haya llegado a alguna conclusión, y de paso me aclare un poco todo esto. ¡Hasta mañana!
   —¡Hasta mañana, buen hombre! Si no me tropiezo por el camino aquí nos vemos, a la misma hora.

   Sale el autobús, a la vez que llega otro, del que baja una anciana con bastón. Avanza lentamente hacia los bancos de la parada, y, dejando el bastón a un lado, se sienta.

   —Buenos días, señora. Bueno, no sé si ha pensado, alguna vez, en lo que voy a decirle. Aunque, con lo que lleva recorrido en su vida, me imagino que sí. El caso es que ando por andar. ¿Sabe lo que le digo? Sí, ¡vaya!, igual que usted…