domingo, 5 de junio de 2011

Basta ...

Basta que no  diga nada para que me escuches;
basta que  diga todo para que me ignores;
el silencio suele ser más doloroso
cuando  una mueca dice más que las palabras;
cuando un suspiro se me escapa entre la boca
temerosa de caer en el olvido;
que por más que hable, no te digo nada,
que por más que escuche, sólo hay gritos;
que no es más sabio quien más grita
y tampoco menos quien más calla;
basta con un dedo entre labios
para que resulte más de lo que escribo;
cuando los versos sienten más que dicen
y ya no cuentan lo que digo:             
                                             un deseo,
                                                             un anhelo
                                                                              y un suspiro…

El horizonte ha caído en el olvido


El horizonte ha caído en el olvido,
ya nadie mira los crepúsculos,
ni velan los suspiros en amaneceres
prohibidos, sueño de los pájaros sin dueño.

Palabras huecas en las bocas traicioneras
anhelan lo que llenas con tu brazo,
y tu voz es un cangrejo en la laguna
donde vierten los despojos de la aurora,
perseguida por el Santo:
matémoslo, hermanos, con silencio,
con los bailes de  máscaras sangrientas
y los tambores redoblen la venganza;
que las canciones tiemblen las montañas;
que ellas nos recuerden en el tiempo
que un día fuimos libres como el águila;
que un día habitamos junto al viento;
alcemos en alto nuestros miembros,
mostremos al mundo nuestras yagas,
robemos el pan al centinela
que vela en la puerta del Olimpo;

calla el grito en las palabras
y grita el silencio con tus armas
que ya aguardan demasiado,
sé que tú lo sabes, sé de lo que callas.

Anoche los cristales iluminaron las pupilas

Anoche los cristales iluminaron las pupilas.
Cortinas humeantes de huecos descosidos,
un rostro resignado de piel amordazada:
anciana de ojos tristes y párpados quemados
prisionera en el castillo donde habita el sufrimiento
se asoma sin palabras, asume su destino,
las letras se desbordan en el río de lo humano.

Las voces de estos versos reprimen los suspiros
de un esposo y campesino entornando su mirada
amarillenta que atraviesa su traviesa condición,
del hombre que es más hombre si consigue su alimento.

Las arrugas disimulan el veneno de su abrigo
y los colores del crepúsculo embellecen la venganza.
La princesa en su castillo reza su rosario
entre llamas que incineran una vida de castigo.

La libertad brota de la sangre derramada
antes de ser estancada por el llanto;
la justicia no sabe del vuelo de los pájaros;
el reloj de cuco sigue dando bien las horas.

Cuando al fin la tarde ya está triste

Cuando al fin la tarde ya está triste
y el dedo en el verso no perdona:
tristeza enredadera de zarza con espinas
cubre la sangre dentro de las yagas.

Melodía de este pájaro que arde en el recuerdo,
si es recuerdo el crepúsculo caído;
en una noche de voces y penumbra
ilumina los cuerpos ardientes en deseos
de quitar las yerbas que, malbien, encubrieron
el absurdo juego que esconde un elemento:
inocente aparece tras el velo, duelo del verdugo;
guadaña reprimida en la mano de aquel santo;

los gritos se confunden con los pájaros en vuelo,
rondando las entrañas: alimento miserable;
el juego no termina si no termina con el tiempo;
esta noche el silencio confunde al enemigo.